Era el veintiséis de noviembre de mil 961 y Ascunse firmaba su
sentencia de muerte cuando al preguntar por él, dijo:
"¡Yo soy el maestro!".
Aquella noche, los golpes apagaron el silencio en el lugar; y las ofensas, gritos y patadas contra los cuerpos, vinieron
después. Sobre la piel de uno de ellos, catorce punzonazos. ! Tamaña
bestialidad!
De
las ramas del árbol colgaba, a un lado, el cuerpo del alfabetizador Manuel
Ascunce Domenech; del otro, ya inactivo, el de Pedro Lantigua Ortega, su
alumno. Partía el corazón verlos allí,
sin vida. Sumaban estos hombres la lista de crímenes, por las bandas de
alzados contrarrevolucionarios.
El
vil y cruel asesinato de Manuel Ascunce
y Pedro Lantigua, integran la dolorosa cifra de las quinientas 49 vidas robadas por los bandidos terroristas en el campo
cubano.
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