miércoles, 13 de febrero de 2013

“CULPAS COMPARTIDAS”.

Por: Juan carlos Romero Díaz. 

Quienes nos sentamos cada día ante un micrófono somos protagonistas de hechos tan simpáticos como aquel en que una locutora leyó en vivo “La tortuga come de todo”, cerró los ojos ante las señas desesperadas de su colega y al abrirlos continuó viendo lo mismo, mientras lo que realmente debía leer era “La tortura como método”. 
“Cielos sin números” por “cielos sin nubes” o “fuertes condones policiales” por “cordones policiales” u otras confusiones parecidas, son provocadas por la tensión de transmitir en vivo para miles de personas. 
Estos sucesos que HOY nos dan risa, pero levantaron ronchas en su momento, son dislates hasta cierto punto justificables. Cuando menciono los errores que cometemos los locutores de la radio y la televisión, me refiero a aquellas “lluvias que caen”, “planes futuros” o “resultados alcanzados”. 
Corramos todos cuando veamos aguaceros que flotan sin caer, planes que se cumplen en el presente o resultado conseguidos espontáneamente. 
Entre los locutores está de moda la palabra divertimento, que parece ser más chic que el habitual vocablo diversión. Por cierto, ¿será que chic suena más elegante porque nos permite paladear mejor el betún yanqui? Ahora mismo recuerdo a una conductora que solía despedir un programa de la televisión nacional con un ahorrativo “buena noche”. 
Danylo Sirio, presidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión —ICRT—, reconoció el pasado 12 de diciembre que entre los principales desafíos que debían vencer la radio y la televisión cubanas para responder a las exigencias del pueblo estaba la elevación de la calificación profesional de cuadros y trabajadores de esos medios. 
Los locutores que NO estudian continuamente o NO están enterados de lo que sucede en este mundo nuestro, NO merecen el privilegio de dirigirse a quienes tienen en nosotros un modelo de cultura. 
Un error provocado por los nervios resulta justificable, pero los disparates ante un micrófono son inaceptables cuando su origen está en la falta de preparación. Sirvan estas palabras de “alerta amistosa”, como escribiría Rodolfo Alpízar Castillo en su provechoso libro “Para expresarnos mejor”, a quienes trabajamos en la radio y la televisión. Evitemos que los errores crezcan tanto que dentro de algunos años hasta los niños de Primaria estén en condiciones de enmendar a los “profesionales” de la palabra.

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