Crónica
Por: Kenia Quesada Reyes
Hoy los
pies me pesaban más que nunca. Las manos me sudan a puro nervio. Algo anda mal
me decía a mí misma a la vez que con pasos agigantados ascendía cada escalón.
La puerta con su trinar diario me daba la bienvenida a una nueva jornada de
trabajo.
La
penumbra y el temido silencio me afirmaban todo lo que auguraba mi ser. Lejos quedaban su sonrisa jovial, el parpadeo constante de sus tiernos ojos detrás
de eso cristales que nunca lograron empañar su firme mirada.
El
ajetreo constante de su intranquilidad innata lo hacían especial. Su ausencia hace que la temida sombra se apodere de aquel lugarcito apartado, donde la tristeza, y la nostalgia no tenían cabida alguna gracias a su espíritu humano y
profesional.
Ese hombre
inteligente, lleno de ilusiones, metas que cumplir y amor para dar no
está entre nosotros. Un ser que en su transitar dejó los más lindos y tiernos
recuerdos que atesoran las corazones de todos los que como yo sentimos su
partida.
Los
gritos de locura, esos que tanto nos retumbaban en momentos de inspiración
perduran en cada uno de los corazones de los que junto a él brincaban de felicidad ante un reconocimiento hacia su persona. Cada premio suyo nos llenaba de regocijo, es bueno y lo sabe.
Gracias
por cada segundo de tu compañía. Por los lindos momentos vividos. Por compartir
con nosotros tu sabiduría y cariño. Tú nobleza estará siempre presente en cada
una de las almas que siente tu ausencia. Hoy más que nunca me doy cuenta que, no solo la muerte nos aleja de los seres
queridos.
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